La verdad es que cuando me plantee dedicaros unas palabras,
se me ocurrieron miles de ideas, de cómo poder expresar todo lo que me gustaría
deciros. Los momentos se volcaron en mi cabeza en forma de recuerdos, de muy
buenos recuerdos. Supongo que tengo tanto que agradecerles a tantas personas,
que solo de pensarlo, podría llenar folios y aún así que se me quedase algo por
ahí sin decir, como siempre que me suelo poner a deciros lo que siento. Si
empezamos por el principio de este año supongo que los que más merecen mis
gracias, son los mismos con los que acabaré esté año, pero sabéis los finales a
veces son buenos, para dejarles paso a buenos comienzos, como un 2015, lleno de
gente que se ha convertido en imprescindibles.
Primero de todo darle las gracias a mamá y papá, a los que
han compartido conmigo mis 20 años sin recibir nada a cambio, por soportar cada
uno de mis enfados, por mimarme aún en la distancia, por cada abrazó en cada
lloro, por aquellos momentos en los que Cuenca se me hacia grande, por cada
conversación donde decían que era grande, que yo podía con todo, o que sería la
mejor escritora del mundo, al recibir aquella carta. Por sostenerme en mis
tropiezos, y valorar mis premios. Por cada vez que me echáis de menos al comer
lentejas, por plantármelas y decirme el dicho, “si quieres las tomas, y si no
las dejas”, aunque siempre corría el riesgo de tenerlas para cenar. Por cada
maldito ajo que me hechas en las comidas, que van directas a la basura, por
soportar lo delicada que soy en todos los aspectos.
A mi hermana, a la que tengo que ir a Madrid única y
exclusivamente a robarle mis collares, mi confidente, a la que le contaba todos
y cada unos de mis problemas, la que me animo siempre a seguir, a dar el paso.
Con la que suelo discutir, pero al rato no podemos estar separadas, la que me
hace chantaje, o me pica para sacar información de mis novios, a pesar de que
siempre acabe contándole todo sin que me dijese nada. La que me despierta por
las mañanas cantando o con la música a
todo volumen, pero la que me lleva a probar lo más bonito de Madrid, junto al
mejor cuñado que se puede tener en el mundo.
A mis chicas, mis piñas, mis
guapis. No podía haber elegido mejor, toda persona se sentiría afortunada de
tenerlas al lado. Son mi revolución por las noches, son las que están ahí al
pie del cañón siempre, las que siempre estuvieron, las que están, y las que “creo” que estarán, pero sin el “creo”, de las incondicionales vamos. De las que no
me dejan tropezar en la piedra, las que me advierten y siempre quieren lo mejor
para mí. Las que ven con buenos ojos todo lo mío y las que me apoyan en mi cabezonería. Mi segunda familia, mi casa. Por cada locura, por cada llanto,
por cada risa, por cada confesión,… Son amor.
“Por muy difícil que sea la situación, siempre habrá un camino que nos
indique la luz”, “Por muy larga que sea la tormenta, el sol vuelve a brillar”
A mis supremas, mis divinas, que
son únicas, a las que les falta tiempo, las que me lían, las que me hacen
disfrutar de una semana grande, y de todas y cada unas de las quedadas de un
día cualquiera, a las que echo de menos
todas las noches en Cuenca, mientras ellas lo dan todo en cada ensayo, por cada
comida, cena, boda o semana santa a su lado, por cada locura en cada evento,
simplemente por ser ellas y no otras
Y a ellas, las que hacen amena mi
ciudad encantada, las que cada mañana comparten sus mejores sonrisas, a pesar
de que las clases de domicilio se han un tostón, de que me hagan inventarme
raps, que mareemos a la pobre Clara en aquel juego, pero como era jueves, me lo
pasase por alto, de cada cante “Fondo Flamenco, Astola, Rafael, vámonos
vámonos,.. ee aaa” en los juegos de
Marta, por aquel cumpleaños que me hicisteis pasar, por hacerme mi estancia
amena, por hacerme bailar aquella noche, por estar ahí incluso en los peores
momentos defendiéndome. Porque hacer
camas es más ameno si lo vemos desde el sofá.
Podría hablaros de cada una de las personas que componen
para mí esos grupos de familias, pero sí que sería un no parar. Ya que ahora me
temo que si tengo que hablar para personas en concreto.
Mi vladii, pues que a pesar de los kilómetros, siempre estás
ahí, sacando una sonrisa y compartiéndola conmigo, por cada abrazó en los
malos, pero sobretodo en los buenos. Por aconsejarme siempre, por las llamadas
en situaciones de agobio, y por lo mal bicho que eres cuando me picas. Que no
hace falta decirte que me tienes aquí, que ya lo sabes. Por todas las pelis que
me debes, por hacerme tortellinis en casa, y por enseñarnos que la pasta de
tomate es el tomate frito de toda la vida, y que un pimiento crudo puede ser un
manjar. Por querer enfadarme contigo y no poder.
Y por último tú, a pesar de que te odie en las comidas, y a
ratos en mi día a día, que no soporte tus cambios, solo puedo decirte que
gracias y que en realidad sobran las palabras porque sabes más de lo que puedo
escribir entre estas líneas.
Y a pesar de que las despedidas son lo peor del mundo, está
puede ser lo más dulce gracias a vosotros. Nos vemos en el 2015.
Inma.