Tienes ganas de decirle algo, algo innovador, algo que nadie
le ha dicho. Pero tienes miedo, miedo a una falsa reacción, sabes que no hay
vuelta atrás, que de haberlo sabido no hubieras
movido ni un solo dedo, para estar a su lado. Recuerdas cada momento,
dicen que las cosas bonitas hay que vivirlas dos veces, pero no siempre se puede.
Sus labios están fríos, distantes, pero apenas unos centímetros
os separan, quieres perderte, no existir. Empiezas a odiar que el corazón te
lata a mil por hora, que las piernas te tiemblen, que no te salga la voz, que
te sonrojes, y desearías no poder mirarlo. Lo odias. Es absurdo, porque antes
cuando todo salía bien, te encantaba mirarle, sonreías con apenas oír su
nombre, te sonrojabas al verlo, cuando te llamaba, cuando hablabais. Y lo
cierto es que desearías volver a sentir el corazón a mil por hora, que no te
salga apenas una palabra, que te tiemblen las piernas, porque al menos así,
sabes que por muy absurdo que sea, lo quieres. Lo quieres con todas tus
fuerzas. Y cuanto más imposible es, más quieres tenerlo cerca.